Remedios
Varo es posiblemente la primera pintora surrealista española, pero
desgraciadamente poco conocida aquí. Hoy nos inspiramos en el aura que envuelve a sus pinturas, su
toque tan personal y único, su magia y su marcado mundo interior. Una Sinsombrero que fue "adoptada" por México.
María de los Remedios Alicia Rodriga Varo y Uranga nació en Anglès, Girona, en 1908. De padre andaluz y madre vasca. Mujer adelantada a su época, con una prodigiosa imaginación, gran conocedora de las matemáticas y la astronomía, amante del esoterismo y la mística. Sus obras revelan el gran sentido del humor que tenía, y el amor por los animales en general y los gatos en particular. Centrada más en el proceso creativo que en la obra final, la mayoría de sus pinturas las regalaba a amigos. Murió muy joven, en pleno éxito, en 1963.
No podemos saber si la obra de Remedios Varo,
tan particularmente introspectiva y volcada al interior, hubiera sido diferente
de no haber visto su vida zarandeada por las turbulencias sociales que
pusieron marco a su juventud: unos años plenos de conflictos, primero en
España, enseguida en el resto de Europa. Pero cabe decir que de por sí, se
advierte en ella una especial clase de energía en continua transformación,
personal y a la vez permeable y con
conciencia de su época.
Varo experimenta el primero de sus grandes viajes a los nueve años
cuando su familia se traslada a Madrid, donde en vista de su temprana afición a
la pintura, su padre, ingeniero hidráulico y causante de que tan pequeña ya
tuviera conocimientos matemáticos, de perspectiva y dibujo, la hace ingresar
en la Academia de San Fernando. Ser mujer en esta escuela (fue de las primeras
en ingresar allí) y en esta época no es nada fácil. De hecho, pocas mujeres pudieron
acabar la carrera. Ella lo hizo, señal de su fuerte personalidad y amor a la
pintura. Allí coincidió con Maruja Mallo y Dalí, entre otros. En 1930 ya
participa en exposiciones colectivas. Contrae matrimonio con uno de sus
compañeros de estudios, Gerardo Lizárraga, y juntos parten hacia París.
En París se venía fraguando desde 1925, en
torno a la figura de André Breton, un movimiento artístico surgido de las
cenizas del dadaísmo, con nombres como Louis Aragón, Buñuel, Dalí, Paul Éluard
o Max Ernst. Las pinturas de Varo en esa época ya orbitaban en torno a ese
nuevo término –surrealismo –, al cual Bretón se empeñaba en dar un sentido
marxista no del agrado de todos sus adeptos, y quizá tampoco de Varo, cuya obra
tiene una existencia propia al margen de ideologías.
En 1932 la encontramos en Barcelona, donde ejerce junto a su marido el oficio de dibujante de publicidad, hasta la separación de ambos dos años más tarde. Y, de nuevo, de vuelta en Madrid. En 1935 expone allí sus primeras obras reconocidas, Composición, o L’Agent Double, y se involucra de pleno en el movimiento surrealista español.
En 1932 la encontramos en Barcelona, donde ejerce junto a su marido el oficio de dibujante de publicidad, hasta la separación de ambos dos años más tarde. Y, de nuevo, de vuelta en Madrid. En 1935 expone allí sus primeras obras reconocidas, Composición, o L’Agent Double, y se involucra de pleno en el movimiento surrealista español.
Los acontecimientos se precipitan: el
estallido de la Guerra Civil la deja en el lado de los republicanos, a los que
según parece ella presta algún tipo de apoyo; entabla una relación con el poeta
Benjamin Péret y con él abandonará España para siempre regresando a París, un
lugar lleno de estímulos intelectuales, donde esta vez sí conoce a Breton,
Ernst, Miró y Leonora Carrington, quien se convertirá en su gran amiga; pero,
de nuevo, es alcanzada por la guerra cuando en junio de 1940 los nazis ocupan la capital francesa.
Su condición de refugiada española de
izquierdas y personificación, además, de aquello que el III Reich entendía como
«arte degenerado», no presagiaba para ella nada bueno. En efecto Varo es encarcelada
por un breve periodo de tiempo, aunque poco se sabe de eso. Ella y Péret solo pueden huir a México con
la ayuda de Varian Fry, un periodista estadounidense que dirigió una red de
rescate desde la Francia de Vichy.
Hasta su muerte en 1963, ya naturalizada
mexicana, ese país ofrecerá a Varo todo lo que España y Europa no habían podido
darle: estabilidad, un nuevo amor que será el definitivo, un círculo de amigos
artistas autóctonos y exiliados como ella, y la posibilidad de ejercer otros
trabajos de ilustración como forma de ganarse la vida.
Allí conoce a artistas como Frida Kahlo y Diego Rivera, y mantiene su amistad con Leonora Carrington. En 1952 se casa con el político austriaco Walter Gruen, con quien permaneció hasta su fallecimiento.
Artísticamente es donde comienza a pintar de manera más metódica, más madura, y es el escenario donde se consuma y cobra fama su obra pictórica, pareja a su exploración en su mundo interior que la llevaría a empaparse de las teorías psicoanalíticas aún en boga y de la tradición alquímica.
Artísticamente es donde comienza a pintar de manera más metódica, más madura, y es el escenario donde se consuma y cobra fama su obra pictórica, pareja a su exploración en su mundo interior que la llevaría a empaparse de las teorías psicoanalíticas aún en boga y de la tradición alquímica.
Esta fusión de psicoanálisis y alquimia no es
fruto del capricho, sino por el contrario algo coherente: Breton y su círculo
ya habían fijado su atención en Sigmund Freud, en los sueños y en el
inconsciente, así como en los poetas simbolistas Lautréamont y Rimbaud, ambos
esencialmente místicos –si bien luciferinos–, volcados, con sus respectivas
poesías, en expresar lo inexpresable, y Rimbaud en particular, versado en la cábala.
De los viejos grabados alquímicos Remedios
Varo recibe una influencia insólita, al menos para una pintora española del
siglo XX, y en general la recibe también del legado de manuscritos iluminados
producidos durante la Baja Edad Media, como se aprecia, por poner un ejemplo,
en Tránsito espiral, 1962.
Las pinturas de Remedios Varo son obras
fantásticas y sorprendentes, de un surrealismo sereno, como realizadas por
iluminadores medievales sonámbulos, y pueden ser entendidas como depósitos de
símbolos, jeroglíficos en forma de figuras humanas, objetos, espacios y
perspectivas que invitan a mirar y a interpretar, siempre con algo de malicia
infantil y de tierno juego cómplice. Un testimonio de la propia vida, la que se
vive pero también la que se sueña o se ensueña. De ahí que sea una obra
contemplativa, y en el fondo, una reelaboración nueva de experiencias,
emociones y pensamientos tan viejos como el ser humano.
Recta final ya para nuestro reto caligráfico de marzo. Esperamos que las Sin Sombrero también os estén inspirando.
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